martes, 10 de abril de 2012

¿ADICCIÓN A INTERNET O
ADICCIÓN A LA EXISTENCIA?

La controvertida adicción a Internet
Ha sido casi inevitable, en estos últimos años, enfrentarme desde mi condición de psicólogo e investigador
al impacto de las nuevas tecnologías; a la pregunta acerca de la adicción a Internet, de cómo es; qué
características tiene; quiénes son los más vulnerables a padecer esta adicción, quiénes no; perfiles posibles
de los adictos entre otras cuestiones.
A pesar de que hace más de un lustro publiqué mi artículo “La adicción a Internet” (Balaguer, 2001) aún
sigue habiendo opiniones contrapuestas relacionadas con la existencia de dicho problema;  sin embargo
hay quienes están de acuerdo en responder que se trata de una adicción cuando se les pregunta acerca
del tema.
He investigado estos fenómenos desde hace varios años, el creciente uso de Internet me ha enfrentado a
situaciones clínicas de supuestas adicciones, tanto a este servicio como a otras tecnologías. El concepto de
adicto a Internet es un concepto controvertido, algunos profesionales piensan que es una denominación
válida (Young, 1996), mientras otros afirman que no se puede hablar de adicción a Internet (Matute,
2003). No ha habido acuerdo con respecto a ello, pero tanto en el imaginario social como en la prensa en
general, se da por sentado su existencia.
El hecho de que el término adicción a la Red o a la tecnología aún no se encuentre en el DSM IV, no
anula su existencia o la posibilidad de ella, ni tampoco su probable estatuto patológico. En la actualidad
existe mucha gente que parece estar “atrapada” en la Red, dato incontrastable dado por la realidad. Si
bien podemos decir que puede estar de moda hablar de la adicción a Internet, esto no necesariamente
significa que estemos frente a una epidemia y menos frente a una enfermedad como a muchos le gustaría
decir.
Adictos a …
Técnicamente la adicción a la Red no existe, pues lo que genera adicción no es la red en sí misma sino los
distintos entornos que la conforman. Este es un punto de comienzo fundamental que vale la pena seguir
aclarando una y otra vez.  Se puede potencialmente establecer con los distintos entornos de la Red una
relación adictiva, de dependencia. Los más frecuentes son los relacionados con juegos online, casinos,
juegos de rol y la pornografía.
Muchas veces se tiende a pensar que las relaciones adictivas implican el uso de sustancias, sin embargo
en el caso de Internet, como en otros tantos, la adicción conlleva una actividad. La compulsión a la
actividad es uno de los elementos que suele destacarse, equiparándola a la imposibilidad de tenerse
presente también en el juego apremiante. Para Dodes (1996) las adicciones son formaciones/soluciones
de compromiso idénticas a las compulsiones; tienen una estructura similar.
Como he señalado antes, algunas de las adicciones son orientadas al juego o a las competiciones
(juegos online), mientras que otras están más relacionadas con necesidades sociales, o extensiones
del workaholicism o adicción al trabajo (Suler, 1996). En este último caso, sería la adicción dentro de la
adicción, donde Internet sería un medio facilitador para mantener la adicción original.
Hoy todas las actividades se han vuelto potencialmente adictivas, dada la medicalización de toda la vida
social. Señalar la existencia o no de adictos reviste un interés tanto médico-psicológico como político.
Si el término adicción a Internet llega a reconocerse como trastorno psiquiátrico, y entra al DSM IV, se
convertiría en causa legal de bajas laborales o de atenuante en conflictos legales. La adicción a Internet © Coordinación de Publicaciones Digitales. DGSCA-UNAM
Se autoriza la reproducción total o parcial de este artículo, siempre y cuando se cite la fuente completa y su dirección electrónica.
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10 de agosto 2008  • Volumen 9 Número 8 • ISSN: 1067-6079
es una cuestión política y laboral, no se  puede desconocer esa dimensión del problema. La distinción
entre enfermedad y problema es una distinción cultural y política. Se puede también incluir en el espectro
posible de definiciones de esta problemática, los conceptos de: enfermedad, mal uso, abuso, dependencia,
hábito, pasión, uso patológico, por mencionar algunos. Se define, en general, como adicto a Internet al
sujeto cuya vida gira en torno a su conexión a la Red, que pasa a ser el centro de la vida de la persona,
olvidando por tanto toda la serie de relaciones que conforman la convivencia social o la vida misma
(familia, trabajo, relaciones significativas, estudio, responsabilidades, etc.) y el cual cumple con una serie
de ítems con base en cuestionarios que pueden ser incluso autoaplicados. El cuestionario de la Dra. Young
(1996) fue el primero de una serie referente al tema.
Hay una cuestión compulsiva que hace al sujeto no poder vivir sin ese estímulo que le brinda placer,
satisfacción y muchas veces alivio y sostén. Junto a ello se da una situación de negación de la relación de
dependencia que “permite al individuo adicto continuar esta actividad a pesar de sus efectos perjudiciales”
(Johnson, 1993).
Al no tratarse de una adicción a sustancia alguna si no hacia una actividad, muchos autores la han asociado
a un trastorno impulsivo, a un descontrol en los mecanismos inhibidores de la acción (como puede ser la
adicción al juego). La adicción a Internet sería entonces, desde esa visión, un tipo de adicción psicológica
y no orgánica, relacionada al control de los impulsos. Sin embargo, este aspecto compulsivo no alcanza a
explicar por sí solo el fenómeno de la adicción a Internet. La coerción se presenta porque dicha actividad
tiende a llenar un vacío, a significar algo para el sujeto. Su pérdida es lo que se vuelve intolerable, lo que
conduce luego al hábito apremiante para restablecer el equilibrio.
Hay determinados componentes genéticos, ambientales, histórico-personales que influyen para que un
sujeto sea proclive a caer en la adicción, pero, en este caso, y específicamente en lo relacionado al aspecto
social y comunicacional en juego, ¿estaremos frente a una adicción?
Sensación de adicción a lo cibersocial
Weizenbaum (1976) dijo que la cultura moderna creó a la computadora cuando estaba a punto de estallar. La
computadora en este sentido ha sido una manera de obturar otros cambios sociales profundos, ofreciendo
en su interfase, posibilidades de expresión, comunicación  y sostén inéditas. Me gustaría entonces vincular
lo anterior a la sensación de adicción hacia algunos entornos de la Red, sobre todo los sociales. En mi
experiencia este efecto aparece entre los usuarios más frecuentes de Internet, especialmente los jóvenes,
quienes viven con preocupación y hasta culpa, el tiempo que transcurren en la Red, según dicen sus
padres “perdiendo el tiempo”.
El ciberespacio y particularmente el chat, el Messenger y las redes sociales proveen a los sujetos de un
nuevo espacio psicosocial (Balaguer, 2003) en el cual pueden tener cierta catarsis de la vida posmoderna,
así como desplegar aspectos personales y sociales de formas tales que la historia no guarda antecedentes.
Esto permite a millones de jóvenes establecer comunicación entre sí, lo que genera que se lleguen a cifras
de usuarios tan altas como las alcanzadas por sitios como Myspace, Facebook o Flickr.
La visión clásica de esta situación es considerar Internet como una defensa frente a los “peligros externos”,
protegiendo a un yo vulnerable del contacto físico “real” con los otros. Es muy cierto que en la Red es
más fácil “mostrarse” (el interior de la persona) estando anónimo y sin verle la cara al otro (Joinson,
2000). Facilita las cosas tal cual lo hacía la carta o el teléfono en los siglos XIX o XX. La virtualidad evita
los contratiempos de las reacciones del otro ante lo que se dice. No se debe ir ajustando el discurso a los
gestos, movimientos faciales, cejas, pupilas del interlocutor, etcétera,  sino que se deja que el ser íntimo © Coordinación de Publicaciones Digitales. DGSCA-UNAM
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fluya para después observar cómo repercute en el otro el discurso escrito. Pero eso se adscribe a los
entornos de anonimato, no a los entornos sociales donde sí existe conocimiento del otro y se mantiene la
continuidad de la identidad.
Muchos usuarios reportan sentirse más capaces de mostrarse “auténticos” (Turkle, 1995) ya que varios de
los juegos que se dan en la interacción cara a cara no están presentes en la interacción online. Esta es una
de las paradojas de este nuevo mundo altamente tecnificado. Las relaciones virtuales permiten ser más
“uno mismo”. Por eso, los más jóvenes se animan a declararse a sus novias y los adultos a flirtear y mostrar
sus facetas más oscuras. Es por esto también que pasan tantas horas en dichos entornos virtuales.
Estar conectado es estar
Este fue el eslogan de una compañía telefónica en Uruguay que muestra la importancia que tiene,  hoy
en día, la conexión para los jóvenes; pues esta les brinda existencia y presencia en el mundo de los bytes,
pero además brinda otra cosa importantísima: sostén.
El psicoanalista Kohut (1988) tomando el pasaje inicial de En busca del tiempo perdido muestra que
aquello que buscaba Proust en su célebre relato, era encontrarse con las experiencias iniciales de su
infancia, como “objetos sí-mismo” capaces de brindarle continuidad. Eso es lo que muchas veces se
encuentra en la conexión con los otros: continuidad existencial, una sensación de pertenencia y sostén
que no siempre se obtiene offline.
En otro estudio (Balaguer, 2001a) se ha hecho un recorrido por el aspecto social de Internet, que sin
lugar a dudas es un elemento clave a la hora de referirnos a la Red. La Rose (2001) y su estudio confirman
las hipótesis de la Web como espacio de socialización y apertura al mundo más que como espacio de
extrañamiento o aislamiento. Pensar que la Red genera depresión y aislamiento (Kraut et al, 1998) quedó
atrás hace tiempo.
Entonces se puede preguntar ¿de qué se trata esta supuesta adicción? ¿es una adicción tal  como se
puede catalogar siguiendo los parámetros clínicos o es un fenómeno social distinto al que estábamos
acostumbrados?
Es probable que la Red y sus atractivos no se traten sólo de intensas y nuevas formas de revelar intimidades
como plantea Bauman (2006), sino de asegurar a través de las intimidades, las fotos y videos que se suben,
cierta existencia en el mundo de la conexión. Las fotos, las “intimidades reveladas”, esa “outimidad”
(Balaguer, 2008) que se despliega en las redes sociales son proveedores de existencia en el mundo de de
la Red.
El propio concepto de intimidad es el que se desarma con el constante flujo de imágenes, fotos, videos y
decires que abandonan el adentro seguro y a resguardo de la mirada exterior.
Dice Piscitelli (1998: 189):
“Lo más sugestivo y poderoso de esas investigaciones antropológicas es cómo, por primera vez, mucha
gente se anima a testimoniar y a hacer participar a otros-abiertamente- de sus gustos y “perversiones”,
de sus necesidades y flaquezas, de sus inversiones libidinales y de nuevos modos de vivir su humanidad,
llegando a límites que hasta hace poco sólo encontraban testimonio en cierta literatura y en formas de
conocimiento muy marginales o muy vulgares de comportamiento que son tan legítimos como los que
más, pero que gozan de bastante mala prensa” © Coordinación de Publicaciones Digitales. DGSCA-UNAM
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El mundo de la conexión ofrece eso y más aún. La conexión a la Red, la dependencia y el constante
chequeo de lo que allí sucede, da cuenta de la importancia que tiene para los sujetos actuales, como se
ha señalado anteriormente (Balaguer, 2008):
“Ahora, la foto se liga al presente, a la existencia, a la detención del tiempo y de los flujos. Debe salir
al exterior para formar parte de esa outimidad que garantice, aunque más no sea precariamente, ya no
memoria, sino un momento más de existencia”.
Esta nueva cultura digital presenta posibilidades de expresión, agrupamientos y búsqueda de satisfacciones
libidinales que nuestra cultura occidental parecía ya no brindar. Mas allá que dichas agrupaciones tengan
algunas características narcisistas como las descritas por Lipovetsky (1983) también ofrecen sostén social y
posibilidades de despliegue de lo tribal como ha descrito Maffesoli (2001). A través de las redes sociales,
la conexión permanente por medio del MSN (Balaguer, 2005) o entornos como Twitter o Facebook, se
puede generar profundos sentimientos de existencia, sostén y continuidad.
¿Se puede entonces tildar de patológica una supuesta adicción a la existencia? Dodes (1990, 1996) cree
que la puesta en funcionamiento de la conducta adictiva sirve para restaurar un sentimiento de potencia
contra la vivencia de impotencia/indefensión. Son experiencias fuertes y angustiantes de nuestra cultura,
superadas con la conexión, que funciona como calmante de angustias.
Dice al respecto Magalí Pereyra (2008):
“La máquina representa una nueva matriz, a veces una madre suficientemente buena, en sincronía, que
calma ansiedades dentro de un recinto privado y protegido de los aspectos hostiles de la realidad. Nos
mantiene conectados. Pero el “desconectarse” puede llegar a movilizar angustias narcisistas, irritación,
ya que conllevan a la “reconexión” con el narcisismo del Yo y por tanto, con la limitación del cuerpo y de
la realidad”
Conclusión
Hoy vemos que las personas tienen serias dificultades para vivir sin estar sujetas a alguna actividad o
tecnología. No necesita ser una sustancia, puede ser también una actividad: videojuegos, juegos de
azar, Internet, estudio, deporte, y otras más.  Se aburren si no tienen algún dispositivo electrónico como
compañía.
El siglo XXI está generando sujetos de conexión, sujetos acostumbrados a la presencia de otro(s) como
algo permanente. El paradigma individual, autónomo, modernista de los últimos dos siglos poco a poco va
dejando paso a uno nuevo más social, más dependiente, quizás ¿cuando entonces todas las subjetividades
se vuelven dependientes, adictas podemos hablar de patología o nos estamos enfrentando a un cambio
en la subjetividad?
Parte de la vida actual pasa por la conexión, por el formar parte o participar de los entornos online. ¿La
adicción a los entornos sociales es entonces una patología o la punta del iceberg de nuevas formas de
relación, sostén y presencia en el mundo?© Coordinación de Publicaciones Digitales. DGSCA-UNAM
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