La diabetes mellitus es un trastorno en el que los valores sanguíneos de glucosa (un azúcar simple) son anormalmente altos, dado que el organismo no libera insulina o la utiliza inadecuadamente.
Con frecuencia los médicos utilizan el nombre
completo de diabetes mellitus para distinguir esta enfermedad de la
diabetes insípida, más rara.
Las concentraciones de azúcar (glucosa) en
sangre varían durante el día. Aumentan después
de cada comida, recuperándose los valores normales al cabo de
2 horas. Éstos se sitúan entre 70 y 110 miligramos por
decilitro (mg/dl) de sangre por la mañana después de una
noche de ayuno normal, resultando menores de 120 a 140 mg/dl al cabo
de 2 horas de la ingestión de alimentos o líquidos que
contengan azúcar u otros hidratos de carbono. Los valores normales
tienden a aumentar ligeramente y de modo progresivo después de
los 50 años de edad, sobre todo en las personas que llevan una
vida sedentaria.
La insulina, una hormona producida por el páncreas,
es la principal sustancia responsable del mantenimiento de los valores
adecuados de azúcar en sangre. Permite que la glucosa sea transportada
al interior de las células, de modo que éstas produzcan
energía o almacenen la glucosa hasta que su utilización
sea necesaria. La elevación de las concentraciones de azúcar
en sangre después de comer o beber estimula el páncreas
para producir la insulina, la cual evita un mayor aumento de los valores
de azúcar y provoca su descenso gradual. Dado que los músculos
utilizan glucosa para producir energía, los valores de azúcar
en la sangre también disminuyen durante la actividad física.
Causas
La diabetes se manifiesta cuando el cuerpo no produce
la cantidad suficiente de insulina para que los valores sanguíneos
de azúcar se mantengan normales, o cuando las células
no responden adecuadamente a la insulina. En la denominada diabetes
mellitus tipo I (diabetes insulinodependiente), la producción
de insulina es escasa o nula. A pesar de tratarse de una enfermedad
con una alta prevalencia, sólo el 10 por ciento de todos los
diabéticos tiene la enfermedad tipo I. La mayoría de los
pacientes que padecen de diabetes tipo I desarrollan la enfermedad antes
de los 30 años.
Los científicos creen que un factor ambiental
(posiblemente una infección vírica o un factor nutricional
en la infancia o en la adolescencia) provoca la destrucción,
por el sistema inmunitario, de las células que producen la insulina
en el páncreas. Es más probable que sea necesaria una
predisposición genética para que esto ocurra. Sea como
fuere, en la diabetes tipo I más del 90 por ciento de las células
que producen la insulina en el páncreas (células beta)
son destruidas de una forma irreversible. La deficiencia insulínica
consiguiente es grave y, para sobrevivir, una persona con esta afección
debe inyectarse insulina con regularidad.
En la diabetes mellitus tipo II (diabetes no insulinodependiente),
el páncreas continúa produciendo insulina, incluso a valores
más elevados que los normales. Sin embargo, el organismo desarrolla
una resistencia a sus efectos y el resultado es un relativo déficit
insulínico. La diabetes tipo II aparece en los niños y
en los adolescentes, pero por lo general comienza después de
los 30 años y es más frecuente a partir de esa edad. Alrededor
del 15 por ciento de los pacientes mayores de 70 años padecen
diabetes tipo II. La obesidad es un factor de riesgo para la diabetes
tipo II, ya que los obesos se cuentan entre el 80 y el 90 por ciento
de las personas que sufren esta enfermedad. Asimismo, ciertas etnias
raciales y grupos culturales corren un mayor riesgo (las etnias negras
e hispanas tienen el doble o el triple de riesgo de desarrollar este
trastorno), siendo frecuentes los antecedentes familiares.
Otras causas menos comunes de la diabetes son valores
anormalmente altos de corticosteroides, el embarazo (diabetes gestacional)
y los fármacos y sustancias tóxicas que interfieren con
la producción o los efectos de la insulina, aumentando los valores
de azúcar en sangre.
Síntomas
Los primeros síntomas de la diabetes se relacionan
con los efectos directos de la alta concentración de azúcar
en sangre. Cuando este valor aumenta por encima de los 160 a 180 mg/dl,
la glucosa pasa a la orina. Cuando el valor es aún más
alto, los riñones secretan una cantidad adicional de agua para
diluir las grandes cantidades de glucosa perdida. Dado que producen
orina excesiva, se eliminan grandes volúmenes de orina (poliuria)
y, en consecuencia, aparece una sensación anormal de sed (polidipsia).
Asimismo, debido a que se pierden demasiadas calorías en la orina,
se produce una pérdida de peso y, a modo de compensación,
la persona siente a menudo un hambre exagerada (polifagia). Otros síntomas
comprenden visión borrosa, somnolencia, náuseas y una
disminución de la resistencia durante el ejercicio físico.
Por otra parte, si la diabetes está mal controlada, los pacientes
son más vulnerables a las infecciones. A causa de la gravedad
del déficit insulínico, es frecuente que en los casos
de diabetes tipo I se pierda peso antes del tratamiento. En cambio,
no sucede lo mismo en la diabetes tipo II.
En los diabéticos tipo I los síntomas
se inician de forma súbita y pueden evolucionar rápidamente
a una afección llamada cetoacidosis diabética. A pesar
de los elevados valores de azúcar en la sangre, la mayoría
de las células no pueden utilizar el azúcar sin la insulina
y, por tanto, recurren a otras fuentes de energía. Las células
grasas comienzan a descomponerse y producen cuerpos cetónicos,
unos compuestos químicos tóxicos que pueden producir acidez
de la sangre (cetoacidosis). Los síntomas iniciales de la cetoacidosis
diabética son: sed y micción excesivas, pérdida
de peso, náuseas, vómitos, agotamiento y, sobre todo en
niños, dolor abdominal. La respiración se vuelve profunda
y rápida debido a que el organismo intenta corregir la acidez
de la sangre. El aliento de la persona huele a quitaesmalte. Si no se
aplica ningún tratamiento, la cetoacidosis diabética puede
progresar y llevar a un coma, a veces en pocas horas.
Los pacientes que sufren de diabetes tipo I pueden
mostrar los síntomas de la cetoacidosis, incluso después
de iniciado el tratamiento con insulina, si se olvidan de una inyección
o si sufren una infección, un accidente o una enfermedad grave.
La diabetes tipo II puede no causar ningún síntoma durante
años o décadas. Cuando la deficiencia insulínica
progresa, los síntomas empiezan a manifestarse. Al principio,
el aumento de la micción y de la sed son moderados, aunque empeoran
gradualmente con el transcurso del tiempo. La cetoacidosis es una afección
rara. Si la concentración de azúcar en sangre es muy elevada
(superior a 1000 mg/dl), en general por el estrés provocado por
una infección o un fármaco, se produce deshidratación
grave, confusión mental, somnolencia, convulsiones y una afección
denominada coma hiperglucémico hiperosmolar no cetósico.
Complicaciones
A medida que el trastorno se desarrolla, las concentraciones
elevadas de azúcar en la sangre lesionan los vasos sanguíneos,
los nervios y otras estructuras internas. Sustancias complejas derivadas
del azúcar se acumulan en las paredes de los pequeños
vasos sanguíneos, provocando su engrosamiento y rotura. Este
aumento de grosor es la causa de que los vasos sanguíneos aporten
cada vez menos sangre, sobre todo a la piel y a los nervios. Los valores
de azúcar poco controlados tienden también a aumentar
las concentraciones de sustancias grasas en sangre, y, en consecuencia,
se produce una arteriosclerosis acelerada (formación de placas
en los vasos sanguíneos). La arteriosclerosis es de dos a seis
veces más frecuente en los diabéticos que en los no diabéticos
y se produce tanto en los varones como en las mujeres. La disminución
de la circulación sanguínea, tanto por los vasos grandes
como por los pequeños, puede provocar alteraciones fisiológicas
en el corazón, el cerebro, las piernas, los ojos, los riñones,
los nervios y la piel, demorando, además, la curación
de las lesiones.
Por todas estas razones, la diabetes implica la
aparición de muchas complicaciones graves durante un tiempo prolongado.
Los ataques al corazón y los accidentes vasculares cerebrales
son muy frecuentes. Los daños a los vasos sanguíneos del
ojo pueden provocar la pérdida de la visión (retinopatía
diabética). La función que cumplen los riñones
se altera y da como resultado una insuficiencia renal que requiere diálisis.
Las lesiones nerviosas se manifiestan de varias maneras. Si un solo
nervio funciona mal (mononeuropatía), aparece una debilidad característica
en un brazo o una pierna. Si se dañan los nervios de las manos,
las piernas y los pies (polineuropatía diabética), puede
aparecer una sensación anómala en forma de hormigueo o
dolor ardiente, y debilidad en los brazos y las piernas. Los daños
a los nervios de la piel predisponen a las lesiones repetidas, porque
la persona pierde la sensibilidad para percibir los cambios de presión
o temperatura. Un aporte escaso de sangre a la piel también provoca
úlceras e influye en que todas las heridas sanen muy lentamente.
Las úlceras del pie pueden volverse tan profundas e infectadas
y resultar tan difícil su curación, que puede incluso
ser necesaria la amputación de una parte de la pierna.
Hay indicios recientes que demuestran que las complicaciones
de la diabetes pueden evitarse, demorar o retrasar, mediante el control
de los valores de azúcar en la sangre. Existen también
otros factores desconocidos, incluyendo los genéticos, que determinan
el curso de los acontecimientos.
Diagnóstico
Se establece el diagnóstico de diabetes cuando
una persona tiene valores anormalmente elevados de azúcar en
la sangre. A menudo se controlan los valores de azúcar en la
sangre durante un examen anual de rutina o durante una exploración
clínica que se realiza antes de la incorporación a un
nuevo empleo o de la práctica de un deporte. También pueden
realizarse análisis para determinar la posible causa de síntomas
como aumento de la sed, la micción o el hambre, o si existen
factores de riesgo característicos como antecedentes familiares
de diabetes, obesidad, infecciones frecuentes o cualquier otra complicación
asociada con la diabetes.
Para medir la concentración de azúcar
en la sangre se obtiene una muestra de sangre del paciente, quien deberá
estar en ayunas por lo menos 8 horas antes de la prueba, pudiéndose
también obtener después de comer. Es normal cierto grado
de elevación de los valores de azúcar en la sangre después
de comer, pero incluso entonces los valores no deberían ser muy
elevados. En las personas mayores de 65 años es mejor realizar
la prueba en ayunas, dado que los ancianos tienen un mayor incremento
de las concentraciones de azúcar en la sangre después
de comer.
Hay otra clase de análisis de sangre, llamado
prueba de tolerancia oral a la glucosa, que se realiza en ciertos casos,
como cuando se sospecha que una mujer embarazada tiene diabetes gestacional.
En esta prueba se obtiene una muestra de sangre en ayunas para medir
el valor de azúcar y se suministra a la paciente una solución
especial para beber, la cual contiene una cantidad estándar de
glucosa. Durante las 2 o 3 horas siguientes se obtienen varias muestras
de sangre.
Tratamiento
El objetivo principal del tratamiento de la diabetes
es mantener los valores de azúcar en la sangre dentro de los
valores normales tanto como sea posible. Aunque es difícil mantener
valores completamente normales, se debe intentar que estén en
lo posible cerca de la normalidad para que sea menor la probabilidad
de complicaciones, ya sean temporales o a largo plazo. El principal
problema al tratar de controlar rigurosamente los valores de azúcar
en la sangre, es que se produzca una disminución no deseada de
los mismos (hipoglucemia).
Diabetes mellitus |
El tratamiento de la diabetes requiere el control
de peso, ejercicios y dieta. En muchos casos de diabetes tipo II, la
administración de fármacos no sería necesaria si
los pacientes obesos perdieran peso e hicieran ejercico con regularidad.
Sin embargo, reducir el peso y aumentar los ejercicios es difícil
para la mayoría de los diabéticos. Por consiguiente, con
frecuencia es necesario recurrir a una terapia sustitutiva o bien a
una medicación oral con hipoglucemiantes. El ejercicio favorece
el descenso directo de las concentraciones de azúcar en la sangre
y reduce la cantidad necesaria de insulina.
La dieta es muy importante. En general, los diabéticos
no deberían comer demasiados alimentos dulces y tendrían
que regular sus comidas con un programa uniforme. Sin embargo, comer
un bocadillo antes de ir a dormir o durante la tarde evita a veces la
hipoglucemia en las personas que se inyectan una insulina de acción
intermedia por la mañana o por la tarde. Dado que las personas
con diabetes tienen también tendencia a presentar valores altos
de colesterol, los dietistas generalmente recomiendan limitar la ingestión
de grasas saturadas. No obstante, el mejor modo de reducir los valores
del colesterol es controlar las concentraciones de azúcar en
sangre y el peso corporal.
Otra estrategia a seguir es suministrar al diabético
toda la información que se considere necesaria acerca de su enfermedad
y qué puede ayudar a controlarla. A este respecto, se requiere
personal de enfermería preparado en educación sobre la
diabetes. Todos los diabéticos deben saber cómo la dieta
y los ejercicios afectan a los valores de azúcar en la sangre
y ser conscientes de cómo evitar las complicaciones, por ejemplo,
controlando las ulceraciones de la piel. También deben tener
especial cuidado en evitar las infecciones del pie. Para ello sería
útil recurrir a un podólogo para cortarse las uñas
de los pies. Las revisiones oculares anuales son esenciales para controlar
posibles alteraciones de los vasos sanguíneos, las cuales pueden
ocasionar ceguera (retinopatía diabética).
En caso de lesiones o de aumento o descenso de las
concentraciones de azúcar en la sangre, los diabéticos
deberían llevar siempre consigo una tarjeta o usar una pulsera
de alerta médica que identifique la enfermedad. Si los profesionales
sanitarios conocen la presencia de diabetes, pueden iniciar rápidamente
un tratamiento que salve la vida del afectado.
Terapia de sustitución con insulina
El páncreas no produce insulina en la diabetes
tipo I, por lo que debe sustituirse esta hormona. La reposición
se lleva a cabo con inyecciones, ya que la insulina se destruye en el
estómago y no se puede administrar por vía oral. Se están
probando nuevas formas de insulina, como un vaporizador nasal, pero
por el momento no son eficaces porque la variabilidad en la velocidad
de absorción crea problemas para determinar la dosis.
La insulina se inyecta debajo de la piel en la capa
grasa del brazo, del muslo o de la pared abdominal. Hay pequeñas
jeringas con agujas muy finas que hacen que las inyecciones sean casi
indoloras. Para las personas que no toleran las agujas existe un dispositivo
con bomba de aire que insufla la insulina bajo la piel.
Un dispositivo útil para llevar la insulina
es el “bolígrafo” de insulina, que contiene un cartucho
que la guarda y dispone de un mecanismo de cierre, sobre todo cuando
son necesarias varias inyecciones diarias fuera de casa. Otro dispositivo
es una bomba que impulsa la insulina continuamente desde un depósito,
a través de una pequeña aguja que se deja en la piel.
Las dosis adicionales de insulina se programan de modo que sean administradas
al mismo ritmo con que el organismo produce la insulina. La bomba ofrece
un grado adicional de control, pero es molesta para algunas personas
o produce llagas en el lugar de inserción de la aguja.
La insulina se encuentra disponible en tres formas
básicas, cuya acción difiere en cuanto a velocidad y duración.
La insulina de acción rápida, como la insulina regular
(insulina cristalina), es la que tiene una acción más
rápida y corta. Empieza disminuyendo las concentraciones de azúcar
en la sangre al cabo de 20 minutos de su administración, alcanzando
su máxima actividad en 2 a 4 horas, con una duración de
6 a 8 horas. Esta insulina se utiliza con frecuencia en diabéticos
que reciben varias inyecciones diarias y se inyecta entre 15 y 20 minutos
antes de las comidas. La insulina de acción intermedia, como
la insulina zinc en suspensión o la insulina isofano, comienza
a actuar al cabo de 1 a 3 horas, alcanzando su máxima actividad
en un tiempo de 6 a 10, horas y dura de 18 a 26 horas. Este tipo de
insulina se utiliza por la mañana, para dar cobertura durante
la primera parte del día, o al atardecer, para que aporte la
cantidad necesaria durante la noche. La insulina de acción prolongada,
como la insulina zinc en suspensión de acción prolongada,
tiene un efecto muy reducido durante las 6 primeras horas, pero brinda
una cobertura de 28 a 36 horas. Los preparados de insulina son estables
a temperatura ambiente durante meses, lo que permite transportarlos,
llevarlos al trabajo o incluso durante un viaje
La elección de la forma ideal de insulina
es compleja en cada caso. La decisión dependerá del rigor
con que una persona desee controlar su diabetes, de la constancia para
controlar su valor sanguíneo de azúcar y adaptar la dosis,
de su actividad diaria, de su disposición para aprender y com-prender
su enfermedad y de la estabilidad de los diferentes valores sanguíneos
de azúcar durante el día y los días siguientes.
El régimen más fácil de seguir
es una sola inyección diaria de insulina de acción intermedia.
Sin embargo, dicho régimen proporciona un control mínimo
sobre los valores sanguíneos de azúcar. Un control más
estricto se logra con la combinación de dos formas insulínicas
(la de acción rápida y la intermedia) en una dosis matinal.
Esto requiere más habilidad, pero ofrece mayores oportunidades
para adaptar los valores sanguíneos de azúcar. Se puede
recibir una segunda inyección con la cena o antes de acostarse.
El control más riguroso se alcanza inyectando un poco de insulina
de acción rápida y de acción intermedia por la
mañana y al atardecer, junto con varias inyecciones adicionales
de insulina de acción rápida durante el día.
Algunas personas, especialmente las de edad avanzada,
se administran la misma cantidad de insulina todos los días,
mientras que otras adaptan la dosis diaria según su dieta, los
ejercicios y los cambios en la concentración de azúcar.
Las necesidades de insulina varían con los cambios en los alimentos
consumidos y la cantidad de ejercicio realizado. Por esta razón,
las personas que varían poco la dieta y el ejercicio, por lo
general realizarán pocos cambios en su dosis de insulina. Sin
embargo, con el paso del tiempo, las necesidades de insulina se modifican
si se producen alteraciones en el peso, estrés emocional o enfermedades,
sobre todo infecciones. Cuando se varían la dieta y los modelos
de ejercicio, es necesario adaptar la dosis de insulina de conformidad
con la nueva situación.
En algunos casos se desarrolla resistencia a la
insulina. Debido a que la insulina del preparado no es exactamente la
misma que produce el organismo, éste reacciona produciendo anticuerpos
contra la insulina. Estos anticuerpos interfieren con la actividad de
la insulina, de modo que un paciente con resistencia a la misma debe
tratarse con dosis superiores a las habituales.
Las inyecciones de insulina pueden afectar a la
piel y a los tejidos subyacentes en el lugar de la inyección.
Una reacción alérgica, que se manifiesta en raras ocasiones,
produce dolor y ardor, seguidos de enrojecimiento, picor y tumefacción
en torno al lugar de la inyección, durante varias horas. Es más
frecuente que las inyecciones causen acumulaciones de grasa (haciendo
que la piel se note grumosa) o destruyan la grasa (causando una depresión
en la piel). Generalmente se evitan estas complicaciones si se cambian
con cada dosis el punto de la inyección y el tipo de insulina.
La resistencia a la insulina y la alergia no son habituales con el uso
de las insulinas sintéticas humanas, que son las formas que se
usan predominantemente en la actualidad.
Fármacos
hipoglucemiantes orales
La administración de fármacos hipoglucemiantes
orales, como las sulfonilureas glipizida, gliburida, tolbutamida y clorpropamida,
provoca la disminución de los valores de azúcar en las
personas con diabetes tipo II, pero no es eficaz en la diabetes tipo
I. La reducción de los valores sanguíneos de azúcar
estimula el páncreas a liberar insulina e incrementa su eficiencia.
Otro tipo de fármaco oral, la metformina, no afecta la liberación
de insulina pero incrementa la respuesta del organismo a su propia insulina.
El médico puede prescribir metformina sola o con una sulfonilurea.
Por último, la acarbosa retrasa la absorción de glucosa
en el intestino.
Los fármacos hipoglucemiantes orales se prescriben
a las personas con diabetes tipo II, si la dieta y el ejercicio no logran
hacer descender los valores de azúcar en sangre. Los fármacos
se toman una sola vez al día, por la mañana, aunque algunas
personas necesitan dos o tres dosis. Si estos fármacos no son
capaces de controlar el azúcar de la sangre de forma adecuada,
se puede optar por inyecciones de insulina sola o en combinación
con los fármacos orales.
Supervisión del tratamiento
El control de los valores de azúcar en la
sangre es una parte esencial del tratamiento de la diabetes. A pesar
de que el control de la orina permite detectar la presencia de glucosa,
no es un buen método para efectuar un seguimiento del tratamiento
o para adaptar la terapia. Por fortuna, los valores de azúcar
se pueden medir fácilmente en el propio domicilio del paciente.
Se obtiene una gota de sangre pinchando la punta
del dedo con una pequeña lanceta. La lanceta sostiene una aguja
minúscula que puede pinchar el dedo o colocarse en un dispositivo
con un resorte que la introduce en la piel. La mayoría de los
diabéticos encuentra el pinchazo casi indoloro. A continuación,
se coloca una gota de sangre sobre una tira reactiva. En presencia de
azúcar, la tira reactiva cambia de color o experimenta algún
otro cambio químico. Este cambio de coloración puede ser
bastante significativo como para obtener el valor de azúcar en
la sangre cuando se compara con los colores impresos en un gráfico.
Un sistema mejor y más preciso es usar una máquina que
lee los cambios en la tira de prueba e informa del resultado sobre un
monitor digital. Las máquinas son pequeñas, del tamaño
de un bolígrafo o de un paquete de cigarrillos, y la mayoría
de ellas calcula cuánto dura la reacción y lee el resultado
automáticamente.
Las
personas con diabetes deben registrar sus valores de azúcar en
la sangre e informar al médico al respecto. Éste les aconsejará
cómo adaptar la dosis de insulina o del fármaco hipoglucemiante
oral. En algunos casos y durante las visitas sucesivas del paciente,
el médico o la enfermera le pueden enseñar cómo
debe adaptar las dosis de insulina. Los médicos emplean un análisis
de sangre denominado hemoglobina glicosilada (hemoglobina A1C) para
vigilar el curso del tratamiento. Cuando la concentración de
azúcar en la sangre es elevada, los cambios se detectan en la
hemoglobina, la sustancia química que transporta el oxígeno
en la sangre y son directamente proporcionales a la concentración
de azúcar en la sangre durante un período prolongado.
De este modo, a diferencia de la medición de azúcar en
la sangre que revela el valor en un momento determinado, la medición
de la hemoglobina glicosilada pone de manifiesto el grado de control
de azúcar durante las semanas anteriores. El valor normal de
esta hemoglobina es inferior al 7 por ciento. En muy raras ocasiones
los diabéticos llegan a valores semejantes, pero un control estricto
tiene por objetivo alcanzarlos. Los valores superiores al 9 por ciento
denotan un escaso control y los que son superiores al 12 por ciento,
un control deficiente. La mayoría de los médicos especializados
en diabetes recomienda que se evalúe la hemoglobina glicosilada
cada 3 a 6 meses.
Tratamiento de las complicaciones
Tanto la insulina como los fármacos orales
pueden disminuir demasiado los valores de azúcar en la sangre
y causar hipoglucemia. Esta última también se produce
si un diabético come poco, o no lo hace cuando debe, o practica
ejercicios intensivos sin comer. Cuando los valores de azúcar
en sangre son muy bajos, el primer órgano afectado es el cerebro.
Para proteger el cerebro, el organismo comienza inmediatamente a fabricar
glucosa a partir de las reservas de glucógeno del hígado.
Este proceso implica la liberación de adrenalina, lo que tiende
a provocar hambre, ansiedad, incremento del estado de alerta y temblores.
La falta de glucosa en el cerebro puede causar dolor de cabeza.
La hipoglucemia debe ser tratada con rapidez porque
en pocos minutos reviste suma gravedad y es causa de confusión
creciente, coma y, en raras ocasiones, lesión permanente del
cerebro. A la primera señal de hipoglucemia se debería
ingerir alguna forma de azúcar. Por consiguiente, las personas
con diabetes deberían llevar siempre caramelos, terrones de azúcar
o tabletas de glucosa para tratar los episodios de hipoglucemia. Otras
opciones son beber un vaso de leche (que contiene lactosa, un tipo de
azúcar), agua azucarada o zumo de frutas, o comer un trozo de
pastel, algo de fruta u otro alimento dulce. En lo referente a la diabetes
tipo I, siempre se debería llevar o tener a mano glucagón
(una hormona que eleva los valores de azúcar en la sangre), que
se inyecta cuando no es posible tomar algún alimento que contenga
azúcar.
La cetoacidosis diabética es una urgencia
médica. Sin un buen tratamiento inmediato, puede causar el coma
y la muerte. Es necesaria la hospitalización, generalmente en
una unidad de cuidados intensivos. Se suministran grandes cantidades
de líquidos intravenosos junto con electrólitos, como
sodio, potasio, cloro y fosfato, para sustituir los que se han perdido
con la micción excesiva. La insulina se suministra por vía
intravenosa de modo que actúe velozmente y la dosis sea adaptable.
Los valores sanguíneos de glucosa, cuerpos cetónicos y
electrólitos se miden cada pocas horas, lo que permite adaptar
el tratamiento a las necesidades de cada momento. También deben
tomarse muestras de sangre arterial para determinar su acidez. En algunas
ocasiones, se necesitan tratamientos adicionales para corregir la acidez,
aunque el control de los valores sanguíneos de azúcar
y la sustitución de los electrólitos generalmente permiten
al organismo restablecer un equilibrio acidobásico normal.
El tratamiento del coma hiperglucémico hiperosmolar
no cetósico es similar al de la cetoacidosis diabética.
Se deben reponer los líquidos y electrólitos. Los valores
de azúcar en sangre se restablecen gradualmente para evitar los
cambios repentinos de líquido en el cerebro. Las concentraciones
de azúcar en sangre son controladas con más facilidad
que la cetoacidosis diabética y los problemas de acidez en sangre
no son graves.
La mayoría de las complicaciones a largo
plazo de la diabetes son progresivas, a menos que la concentración
de azúcar en sangre sea controlada con rigor. La retinopatía
diabética, sin embargo, se puede tratar directamente. La cirugía
con rayos láser puede cerrar herméticamente los vasos
sanguíneos del ojo que pierden sangre para evitar lesiones permanentes
en la retina. Un tratamiento anticipado con rayos láser puede
evitar o retrasar de forma sustancial la pérdida de la visión.
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